Después de leer el
texto de Robert Darnton, me he dado cuenta de que en realidad aquellos cuentos,
cuyas historias yo daba por sentadas de cierta forma, no corresponden más que a
una asimilación, adopción y modificación de otras historias más antiguas que,
según el país y la cultura en donde se han desarrollado, les han agregado o
quitado elementos. Estas historias de hace ya varios siglos atrás, y que hoy
conocemos como “cuentos infantiles”, no son más que el inicio del desarrollo
escrito de historias mucho más antiguas (por parte de escritores como Charles
Perrault o los hermanos Grimm), que se transmitían de forma oral, de padres a
hijos, y cuyo significado no tenia necesariamente el mismo sentido que le
atribuimos hoy. De esto trata el análisis que sigue a continuación.
Si bien hay varios puntos
interesantes para desmenuzar, me parece adecuado partir con la explicación que
hace el autor, acerca del por qué decide desarrollar un estudio sobre la forma
de pensar durante el siglo XVIII, no desde el punto de vista de la elite
ilustrada, sino que desde el de los campesinos. Darnton considera que este grupo
social (a diferencia de lo que habitualmente suele creerse), cuenta con una
forma de enfrentarse al mundo tan “inteligente” como la que pudiese presentar
cualquier personaje educado de la época: “Actuando
a ras de tierra la gente común aprende la astucia callejera, y puede ser tan
inteligente, a su modo, como los filósofos” (Robert Darnton, La gran
matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa); y
esta forma de enfrentarse al mundo le permite desenvolverse en él de forma
exitosa. De ahí la importancia que atribuye el autor al papel que jugaron los
cuentos orales durante ese periodo.
Al analizar el cuento
de Caperucita Roja, Darnton nos demuestra un hecho sumamente relevante, y es la
escasa prolijidad con que a veces se realizan las interpretaciones acerca de un
hecho en particular. Es así como vemos que distintos psicoanalistas encontraban
un montón de significaciones en dicho cuento, como en lo concerniente a la
caperuza roja, la botella, o la advertencia para que la niña no se aleje del
camino, tres elementos que no existían en sus versiones originales. Por lo
tanto, es de suma importancia el nunca dar algo por sentado, ya que si los
psicoanalistas hubiesen cuestionado desde un principio el origen del cuento en
el cual basaban sus estudios, se hubieran dado cuenta del error cometido al
intentar interpretar una historia que, en resumidas cuentas, se hallaba fuera
de su contexto.
Otro punto interesante,
y derivado del anterior, corresponde a las modificaciones que se han realizado
a través del tiempo y del lugar geográfico a los diferentes cuentos, hoy
considerados en su mayoría “infantiles”.
Si bien las estructuras
de las historias no se modifican en los distintos países, los elementos que la
articulan si varían de forma considerable. Esto es de suma importancia, ya que
demuestra la relevancia que tiene el marco cultural donde se desarrollan las
historias. Marvin Harris define la cultura como: “El conjunto aprendido de tradiciones y estilos de vida, socialmente
adquiridos, de los miembros de una sociedad, incluyendo sus modos pautados y
repetitivos de pensar, sentir y actuar” (Marvin Harris, Antropología
cultural, pp.28). De acuerdo a esta definición, según la sociedad en que nos
encontremos, los cuentos serán modificados para poder darles un “sentido”. En
lo personal, la versión que presenta Darnton de Caperucita Roja me parece
absolutamente violenta, pero porque mi cultura tiene reservado para esta
“categoría” de cuentos infantiles ciertos límites, entregados por la sociedad
occidental contemporánea.
Sin embargo, la versión
a la que hacía referencia anteriormente, no estaba necesariamente hecha para
los niños, sino que como aparece en el texto: “Reunión nocturna junto a la chimenea, donde los hombres reparaban sus
herramientas y las mujeres hilaban mientras escuchaban los cuentos que
registrarían los folcloristas 300 años después, mismos que tenían ya siglos de
antigüedad” (Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en
la historia de la cultura francesa). En ese contexto (por lo demás bastante
violento para las familias campesinas de la época), los cuentos iban dirigidos
a toda la familia, no solo a los niños, y por lo tanto la interpretación que se
hacía de ellos estaba en relación, sí, probablemente a divertirse, pero como el
mismo autor sugiere, tenían también otras funciones: “En la mayoría de los cuentos, la realización de los deseos se
convierte en programa de sobrevivencia, y no en fantasía para escapar de la
realidad” (Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la
historia de la cultura francesa).
Es de esta manera como
el estudio de los cuentos clásicos, interpretados ahora en conocimiento de su
génesis y perspectiva histórica, nos empiezan a mostrar una realidad compleja,
en la cual se suscitan en forma habitual un conjunto de situaciones que eran
características de la vida diaria de ese entonces, pero que para nuestro actual
contexto, o forma de ver el mundo, nos parecen aberrantes.
Bajo este prisma
podemos analizar por ejemplo el cuento de La Cenicienta: “La vida era una despiadada lucha contra la muerte por doquier, en los
albores de la Francia moderna” (Robert Darnton, La gran matanza de gatos y
otros episodios en la historia de la cultura francesa). En este contexto, en
que la muerte prematura era la regla y no la excepción (especialmente entre las
mujeres), las madrastras no eran algo extraño. Por lo tanto el reflejo de las
relaciones con éstas (y los posibles medios hermanos), era algo que tenía su
repercusión social.
Tenemos también el caso
de Pulgarcito o el de Hansel y Gretel. En ambos cuentos, lo padres se ven en la
obligación de deshacerse de sus hijos debido a su inmensa pobreza, por lo que
son habitualmente abandonados en los bosques para que mueran. Si bien
actualmente esto nos parece una aberración, e incluso podría decirse que se
trata de una violación a la integridad y “derechos del niño”, en aquella época
la visión era distinta.
No me consta que los
padres abandonaran a sus hijos en forma habitual cuando pasaban necesidades
económicas, pero probablemente si se llegaba a concretar, la sanción social era
más atenuada que si se hiciera en la actualidad, ya que la necesidad de
sobrevivencia de la familia probablemente consiguiera naturalizar estos hechos,
que a primera vista nos parecen tan deleznables: “Y las madres exponían a sus bebés que no podían alimentar para que enfermaran
y murieran… Y a veces vendían a sus hijos al diablo” (Robert Darnton, La
gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa).
Ante esta situación
también surge un punto bastante interesante, y es que nosotros en nuestra
cultura tenemos ya internalizado los derechos del niño, como algo que es así en
esencia, es decir, naturalizamos socialmente esta afirmación. Sin embargo, si
analizamos con calma esta situación, veremos que los derechos del niño no
corresponden a nada más que a un constructo social contemporáneo, que en la
época en que se relataban estos cuentos no existía. Los niños no tenían una
“infancia” como la que reconocemos hoy en día: “Nadie los consideraba criaturas inocentes, ni la infancia se
consideraba una etapa distinta de la vida” (Robert Darnton, La gran matanza
de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa), sino que ya
en sus primeros años, cuando podían colaborar con las labores económicas del
hogar, debían hacerlo por una necesidad también de sobrevivencia: “Lejos de condenar la explotación del
trabajo de los niños, parecían indignarse cuando esto no ocurría” (Robert
Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la
cultura francesa).
El tener acceso o no a
la comida era también un tema de gran importancia para los campesinos en el
antiguo régimen: “En una sociedad de facto
vegetariana, el lujo de los lujos era hincarle el diente a un pedazo de
carnero, de puerco o de res” (Robert Darnton, La gran matanza de gatos y
otros episodios en la historia de la cultura francesa). Así comprendemos que
esta preocupación se vea reflejada habitualmente en muchos cuentos, como en
“los deseos ridículos”, donde un leñador, pudiendo pedir cualquier deseo,
solicita ni más ni menos que un “salchichón”; o en otra versión de la
Cenicienta, en la cual la madrastra malvada sólo de da de comer un pan al día a
su hijastra.
Un lugar común en la
mayoría de los cuentos es el uso de la magia. Esto es interesante, ya que es a través
de ésta como los protagonistas de estas historias logran zafarse de su pobreza
y de todas las calamidades que de ella derivan. Es como si la magia en los
cuentos fuera una analogía a la esperanza en la vida real, y esta esperanza
representa una necesidad psicológica de los campesinos del antiguo régimen, que
les permite evadir su agobiante realidad.
Dentro de todas las
aristas, interesantes todas por lo demás, que se pueden desprender del texto de
Darnton, hay una que me llama singularmente la atención, ya que me permite
hacer un paralelo con nuestra realidad contemporánea.
Esta tiene que ver con
la “crudeza” de ver el mundo que tienen los individuos de aquella época, pero
no en un sentido de lamentarse por ello, sino que en el de buscar aquellas
alternativas que les permitan sortearlas: “los
cuentos ayudaban a los campesinos a orientarse. Mostraban el comportamiento del
mundo y la locura de esperar algo que no fuera crueldad de un orden social
cruel” (Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la
historia de la cultura francesa). En este sentido, los campesinos del antiguo
régimen eran mucho más lucidos y pragmáticos que nosotros actualmente, ya que
mientras ellos veían en sus cuentos sistemas educativos de advertencias y tentativas
de sobrevivencia, a nosotros nos han vendido la “pomada” del “final feliz”.
Según este concepto, se les enseña a nuestros niños que si son buenos y se
portan bien, cumplen con las reglas y las normas de la sociedad (y de las
reglas morales religiosas), tendrán la mentada recompensa reconocida vox populi
como “el final feliz”.
Esta forma de “representar”
los cuentos mientras crecemos nos hace creer que vivimos en una especie de
“mundo ideal”, algo que es totalmente ajeno a la realidad. Es así como de
pequeños nos enseñan que debemos hacer “lo correcto” (para así obtener nuestra
recompensa), y de esta forma los políticos y las oligarquías hacen lo que
quieren con nosotros. Los campesinos del antiguo régimen, por otra parte,
tenían una visión más clara de cómo funciona el mundo, y esto lo reflejaban a
partir de sus cuentos: “Los cuentos no
abogan por la inmoralidad, pero contradicen la idea de que la virtud será
recompensada” (Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios
en la historia de la cultura francesa). En éstos el héroe no era el “bueno”,
sino que el “astuto”, independiente que esa condición pasase por encima de las
normas establecidas: “Vive en un mundo
rudo pero eficaz, en el que se tiene que engañar o se es engañado” (Robert
Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la
cultura francesa). De la misma forma la ingenuidad, la estupidez o la
simplicidad, tienen una connotación negativa, ya que representan lo contrario a
la astucia, y por lo tanto son signo de debilidad y reducción de posibilidades
de sobrevivencia en este mundo hostil.
Por último, debo decir
que Darnton no considera que los cuentos de los campesinos tengan una intención
revolucionaria, es decir, no pretenden a través de éstos lograr cambios
sociales significativos: “El héroe se
siente satisfecho con causar humillación; no sueña con la revolución”
(Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de
la cultura francesa).
Sin embargo,
representan para los campesinos una forma de “entender” el mundo, y a la vez,
una forma de enfrentarlo, pero, lo que es más significativo, y según como
aparece en el texto analizado para el presente ensayo: “Los narradores campesinos de cuentos no sólo los consideraban
divertidos, aterrorizadores o funcionales. Creían que eran convenientes para
pensar” (Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la
historia de la cultura francesa).
Bibliografia
Darnton, Robert. La gran matanza de gatos y otros
episodios en la historia de la cultura francesa. Fondo de cultura Económica,
México, 1987.
Harris, Marvin. Antropologia Cultural. Alianza
editorial. Tercera edición, 2011.
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