Y digo interesante, ya
que las descripciones que realiza de estas multitudes, tienen consonancia en la
actualidad con los movimientos sociales sucedidos recientemente, en diferentes
ámbitos, pero particularmente en lo relacionado con las multitudes que marchan
por las calles de Santiago y de otras grandes ciudades de chile, en pos de la
educación gratuita de calidad y de fin al lucro de ésta.
Según Rudé, la
escritura tradicional ha encasillado a las multitudes como parte constitucional
de lo peor de la población, es decir, de los delincuentes y criminales: “Escritores como Taine y Gustave Le Bon han
sugerido que la típica multitud revoltosa o revolucionaria está compuesta de
elementos criminales, gentuza, vagabundos, o desechos sociales” (George
Rudé, La Multitud en la Historia, pp. 204); según mi parecer, fácilmente podría
cambiar a los autores anteriores y la sentencia quedaría como sigue: “Escritores de diarios como La Tercera y El
Mercurio, o noticiarios de televisión como 24 Horas, Chilevision noticias,
Meganoticias o Canal 13, han sugerido que la típica multitud revoltosa o revolucionaria
está compuesta de elementos criminales, gentuza, vagabundos, o desechos
sociales”.
Si, es una sentencia
fuerte, pero tremendamente real. Nos lleva a cuestionar en forma tajante la
forma en que los medios de comunicación masiva han, y continúan aun,
manipulando y falseando la información que se supone están destinados a ayudar
a transparentar, reduciendo un limpio y heroico movimiento de restitución
social a un simple movimiento vandálico. Entonces uno se empieza a preguntar
muchas cosas, primero que nada, ¿porque lo hacen?, y la respuesta es obvia,
triste pero obvia: los principales medios de comunicación masiva, tanto escrita
como visual, son propiedad, o dependen en su estructura económica, de los mismos
poderes capitalistas que quieren a toda costa seguir manteniendo el lucro en áreas
que no son de su incumbencia, como es la educación.
Y que con esto, podría
decir el lector mas cándido, ya que el pueblo chileno en términos generales,
que cuenta en la actualidad con escasa (por no decir nula) capacidad crítica,
ve representado en sus televisores y en sus noticiarios regalones, como los
estudiantes se transforman de forma indiscutible en verdaderos vándalos y
sabandijas, que solo buscan el desorden y destruir las calles, los negocios y los
semáforos de la ciudad.
De esta forma se vende
un discurso, que es muy bien ocupado por las autoridades de turno, para
desvirtuar el verdadero sentido de las marchas, y enfocar todo en el ámbito de
la violencia, que no corresponde más que a una pequeña fracción de todo el
movimiento, que es inevitable en toda gran aglomeración de personas: “Difícil sería negar que las condiciones de conmoción
social bajo las cuales se produjeron las revueltas de aquella época, como de
cualquier otra, proporcionaron excelentes oportunidades a los ladronzuelos y
rateros para unirse a la refriega y, bajo las apariencias de la revuelta o la
revolución, hacer una buena cosecha” (George Rudé, La Multitud en la
Historia, pp. 205).
Y en la actualidad,
como en la época descrita por Rudé, las personas se ven fácilmente impresionadas
por esta maraña bien organizadas de mentiras: “Y hay sin duda suficientes pruebas de que éste era el punto de vista
predominante entre los observadores de la época, ya perteneciesen a la nobleza
o a la clase media” (George Rudé, La
Multitud en la Historia, pp. 204).
Y lo cierto es que las
pruebas demuestran lo contario, nos aclarará Rudé, ya que las personas que
participan de estos grupos multitudinarios corresponden en su mayoría a gente
de esfuerzo y trabajadora, que ha sobrepasado ya los límites tolerables de
cualquier paciencia humana y se ha cansado de recibir en forma continua e
indiscriminada toda clase de abusos: “La
multitud de la Revolución Francesa… estaba compuesta en su mayoría por sobrios
jefes de familia y ciudadanos, sin duda de humilde condición y que podían estar
temporariamente sin trabajo, pero entre los cuales los vagabundos, ladrones,
prostitutas y desechos sociales sólo desempeñaron un papel insignificante” (George
Rudé, La Multitud en la Historia, pp. 207).
Rudé se plantea la
pregunta de qué tan representativa es la multitud, de la población en general,
lo que también nos recuerda como constantemente el Ministro del Interior o la Intendenta
de Santiago, o incluso el insidioso vocero de gobierno, nos dicen
constantemente como las marchas multitudinarias de los estudiantes no son
representativos de la mayoría de los chilenos. Pero Rudé es enfático en su
diagnostico: “La población local demostró
de qué lado estaban sus simpatías negándose a entregar a la justicia a
conocidos participantes en los hechos” (George Rudé, La Multitud en la
Historia, pp. 218); y si bien asegura que no es fácil reunir material
estadístico para confirmar o negar tal suposición, también nos aclara que “existe un evidente vínculo de simpatía e
intereses comunes entre los pocos activos y los muchos inactivos” (George
Rudé, La Multitud en la Historia, pp. 218).
En cuanto a la motivación
de las masas en su actuar, si se siguen los parámetros tradicionales descritos
anteriormente, la visión clásica era que esta actuaba por bajos instintos e
instigada por algún poder político oculto:
“El supuesto que las sustenta parece ser que las masas no tienen aspiraciones
dignas que les sean propias…y que pueden ser impulsadas a la acción sólo con la
promesa de una recompensa por parte de agentes o conspiradores ajenos a ellas”
(George Rudé, La Multitud en la Historia, pp. 221).
Que parecidas nos
suenan también estas falaces argumentaciones dadas por insignes personeros de Derecha
en la actualidad, que habitualmente han dicho que la causa del movimiento estudiantil
chileno corresponde a oscuros intereses políticos llevados a cabo por el
partido comunista, que ha “manipulado” a estas pobres masas incapaces de pensar
por sí mismas, porque ese es el argumento, la derecha no da el crédito a los
estudiantes de tener motivaciones propias, sino que necesariamente debe haber
una “mano oculta” que los está instigando a esta situación.
En lo personal, me
quedo con la otra posibilidad que plantea Rudé como motivación de las masas
para actuar, y es que corresponde a causas diversas, no a una situación
unicausal, y que la base de acción estaría dada por “factores económicos” y
“nobles ideales”.
Y es que acaso no son
precisamente los factores económicos, aquellos que han destruido desde hace
tantos años el núcleo de las familias chilenas, que para que algunos de sus
integrantes puedan estudiar deben literalmente vender el alma al diablo, bueno,
el diablo en este caso son los bancos, pero a estas alturas del partido nadie
puede negar que exista alguna diferencia substancial entre Don Sata y las
instituciones financieras chilenas.
Pero dolores económicos
aparte, es evidente que los estudiantes en sus marchas ponen de manifiesto algo
más sublime y más trascendente que el dinero, y es lo que mencionaba Rudé como
la posibilidad de la búsqueda, como decía anteriormente, de “noble ideales”.
Y es que yo me
pregunto: ¿Que más noble puede ser, que el que un grupo de estudiantes estén
dispuestos a recibir golpes y manoseos por parte de carabineros, si no es por
un ideal superior?, y más aun, ¿Quien puede decir que no existe un noble y
elevado ideal en el hecho ya constatado, de estar dispuestos a perder un año
escolar completo, al realizar tomas en las escuelas que permitan visibilizar un
problema tan agudo para la sociedad chilena toda?
Bueno, supongo que no
faltaran aquellos que dirán que estas acciones más que a nobles ideales corresponden
a vándalos y a flojos que no quieren estudiar, pero todos sabemos también que
nuestro país está lleno de personas con espíritu y corazón tan estrecho como
sus deterioradas mentes.
Pero no puedo terminar
el presente ensayo sin hablar un poco acerca del texto de E.P. Thompson, que
viene anunciado en la portada del presente ensayo y que, si no dijera algo de
él, sería casi un verdadero fraude.
Sin embargo, a pesar de
que sus páginas eran mucho más extensas que las de Rudé, solo hare comentario
de lo que me pareció más notable del texto.
No dejó de llamar mi
atención el titulo de capitulo, y es que éste se refiere a la economía moral de
la multitud en la Inglaterra del siglo XVIII, y es interesante ya el término
“moral” en sí mismo, ya que la moralidad ha sido tan manoseada durante tanto
tiempo, que incluso a los buenos ciudadanos nos parece algo arcaico y fuera de
foco, y es que inevitablemente lo asociamos a moralidad cristiana y religiosa,
con toda aquella hipocresía y doble estándar que conlleva.
Pero, si hacemos el
ejercicio de quitarle el término a esa destemplada situación, y lo llevamos a
lo que es en realidad, veremos que aun tiene mucho de sentido. Y es que era
efectivamente lo moral lo que movía a esas multitudes a los motines de por
ejemplo, el fijar los precios de los cereales.
No existía un afán
económico detrás de pagar menos por un producto en sí, por parte de las
humildes masas, tampoco en tomar los productos sin pagar, sino que lo que movía
a estos grupos organizados y cohesionados era el pagar el “precio justo” por el
producto que necesitaban, que por lo demás era un producto de primera
necesidad.
Pero acá vemos como lo
justo está relacionado inevitablemente con lo moral, que hablábamos
anteriormente, y es que las masas pobres de la Inglaterra del siglo XVIII no
concebían que algunos intermediarios especuladores, usureros y mal
intencionados, a fin de poder obtener mayores réditos económicos subieran el
valor de productos de primera necesidad, a valores que serian imposibles de
solventar por la mayoría de las personas que la requiriesen: “Los molineros y –en mayor escala- los
panaderos eran considerados servidores de la comunidad, que trabajaban, no para
lucrarse, sino para lograr una ganancia razonable” (E.P. Thompson, La
Economía Moral de la Multitud en Inglaterra del siglo XVIII, pp. 223).
Entonces, bajo este
punto de vista, el ir a los molinos y tomar la harina y llevársela pagando el
precio que consideraban justo, no correspondía a ningún tipo de robo o de ultraje
hacia esos nacientes empresarios, sino que era casi “justicia social”, ya que
como ellos estaban convencidos de que lo que el Estado no hacía por ellos,
debían hacerlo entonces ellos mismos, pero por el bien común de todos: “En muchas ocasiones, en las antiguas
regiones fabriles del Este y el Oeste, la multitud sostuvo que, puesto que las
autoridades se negaban a imponer las leyes, tenían que imponerlas por sí
mismos” (E.P. Thompson, La Economía Moral de la Multitud en Inglaterra del
siglo XVIII, pp. 258).
Pero esto nos lleva a
una interesante pregunta: ¿Por qué no podemos hacer lo mismo nosotros hoy? Y
considero que la respuesta es aún muy reveladora.
Lo que permitía a los
antiguos habitantes ingleses estas concesiones económicas grupales por “ la fuerza”
era algo muy sencillo: en su cultura estaba naturalizado que era incorrecto que
el mercado estuviera por sobre las personas; en la actualidad, lo que esta naturalizado
es lo contrario: actualmente para nuestras sociedades occidentales, particularmente
la chilena, tan ataviada desde la implantación del cruel modelo económico que
ya todos conocemos, nos dice que es natural que quien pueda pagar compre lo que
necesite, y que quien no tenga para hacerlo, no lo compre, inclusive si eso incluye
productos de primera necesidad.
Es por eso que, aunque
se dice que en Chile no se pasa hambre, las familias más pobres, esas que viven
en los basurales, y que tienen hijos casi a la par en el numero como los que
tienen los conejos, muchas veces todo lo que pueden almorzar es “pan con té”,
porque simplemente no alcanza para más, pero ni aquellos, ni a las clases
medias que se escandalizan con esta situación, se les ocurriría hacer un motín
en un supermercado para darles de comer a estos niños alimentos mas nutritivos
u “obtener” leche a precios razonables, porque claro está, esto sería
vandalismo, y recaerían sobre esta turba sediciosa no solo todos los rigores de
la ley, sino que también, y de forma más audaz y potente, los reclamos
“morales” de las buenas gentes chilenas, que considera estos actos vandálicos,
y fuera de toda moral.
Bibliografia
Rudé, George. La Multitud en la Historia, estudio de
los disturbios populares en Francia e Inglaterra 1730-1848. Siglo veintiuno
Argentina Editores, S.A. 1971.
Thompson, E.P. Costumbres en Común. Capítulo 4. La
Economía “Moral” de la Multitud en la Inglaterra del siglo XVIII. Editorial
Crítica. Barcelona, 2000.
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