domingo, 26 de marzo de 2017

EPISTEMOLOGÍA

Sin duda que la epistemología también reflexiona en torno al conocimiento científico, pero el conocimiento no se reduce a la ciencia -como veremos más adelante- y eso es precisamente lo que hace que la epistemología sea tan apasionante.

Es así como aparecen diferentes preguntas epistemológicas:

¿Qué es conocer?

¿Hasta dónde podemos conocer?

¿Con que fin conocemos?

¿Quiénes figuran o actúan en el conocimiento?

¿Bajo qué condiciones es posible el conocimiento?

¿Bajo qué condiciones se valida el conocimiento?

Pero vamos por parte, primero, creo que es necesario definir algunos conceptos:

·         Doxa: era para los griegos el saber que nace del sentido común, el saber vulgar; es una opinión, es un saber inmediato o irreflexivo.

·         Episteme: es una forma de saber que se distingue y que pretende superar a la Doxa, es decir, es un saber que pretende o ha superado a la opinión o al saber vulgar.

·         Inferencias: corresponden a un conjunto de premisas que nos permiten concluir un tipo de argumento.

·         Inferencias deductivas: ocurren en las ciencias formales, y poseen siempre un carácter de “necesario” y, por lo tanto, universal. Ejemplo: Si Pedro es hombre, es necesario que Pedro sea mortal.

·         Inferencias inductivas: ocurren en las ciencias fácticas o empíricas, y poseen un carácter variable o posible.

·         A priori: es una forma de conocimiento que es independiente de la experiencia.

·         A posteriori: es una forma de conocimiento que se funda en la experiencia, que requiere la experiencia.

·         Ontología: es una parte de la metafísica que estudia lo que hay, es decir, cuales entidades existen y cuáles no; además, la ontología estudia la manera en que se relacionan las entidades que existen.

Si ponemos atención en la forma en que hemos conocido y seguimos conociendo, podremos observar que estará muy determinada por el contexto geográfico e histórico del cual formamos parte. Es así como en Occidente, durante la “época medieval”, reina una visión del universo absolutamente teocéntrica, donde todo gira en torno a “Dios”; la razón es subordinada a la fe, que es manejada a su vez por la jerarquía de la Iglesia.

Durante la modernidad, el foco teocéntrico es reemplazado por el “racionalismo”, representado fundamentalmente por René Descartes, para quien la razón es la fuente del conocimiento y donde incluso los sentidos nos pueden engañar. Por lo tanto, el postula que nacemos con ideas innatas, defendiendo las ciencias exactas (las matemáticas y la geometría), y utiliza como principal forma de conseguir el verdadero conocimiento el método deductivo.

En contraposición encontramos a David Hume, quien defiende el “empirismo”, y para quien la forma de llegar al conocimiento es a través de la inducción.

Es así como posteriormente aparece el “empirismo lógico”, representado por el “Circulo de Viena”, y que posteriormente encontrará su respuesta y contrapeso en la “Escuela de Frankfurt”, que defenderá la “Teoría crítica”.

Si avanzamos en el tiempo, nos deslumbrarán con sus teorías los llamados “filósofos historicistas”, como Thomas Kuhn y Paul Feyerabend, quienes ampliarán considerablemente el espectro de matices –reconocidos hasta ese momento- en las formas del conocimiento.

Sin duda que diferentes personas -y diferentes escuelas de pensamiento- adhieren en mayor o menor grado a los postulados de estos teóricos. Me gustaría hacer una referencia a los que, en lo personal, considero son los más notables: David Hume, Thomas Kuhn y Paul Feyerabend.


David Hume

Desde mi punto de vista, lo más destacable de Hume es su capacidad para reconocer de forma categórica el llamado “problema de la inducción”. Es decir, reconocer las falencias que ésta tiene como forma de conocimiento pero, al mismo tiempo, aseverar que desde aquella imperfección, la inducción es una forma de conocimiento necesaria para las personas.

Para Hume “A y B” no es lo mismo que “A entonces B”.

Para él el problema de la “causa y efecto” es significativo, ya que como sociedad asumimos que una causa A producirá necesariamente un efecto B, es decir, “A entonces B”. Sin embargo, Hume rebatirá esta aseveración, y corregirá que en realidad lo que la experiencia nos demuestra es que un evento A no necesariamente culminará en un evento B, es decir, “A y b”.

Lo podemos ejemplificar con la anécdota que contaba mi profesora de epistemología, la historia del pavo inductivista: “Erase una vez un pavo -que era muy observador- y notó que el granjero (sin fallar ningún día) le alimentaba alrededor de las nueve de la mañana. Así fue cada día durante años, desde que el tenía memoria. Entonces, el pavo –muy inteligente como era- hizo una inferencia inductiva, y se dijo: ya que empíricamente he podido corroborar que el granjero me ha alimentado todos los días de mi vida, alrededor de las nueve de la mañana, puedo asumir que en el futuro el granjero vendrá todos los días a las nueve de la mañana y me alimentará. Tuvo toda la razón, y así continuó pasando el tiempo. Sin embargo el día Navidad, alrededor de las nueve de la mañana, el granjero tomó del cuello al pavo inductivista y lo decapitó. Esa noche fue servido en la cena familiar”.

Esta interesante historia nos demuestra que, finalmente, la inducción tiene un gran problema, y es que no necesariamente la repetición de un evento una gran cantidad de veces, significa necesariamente que este evento se repetirá indefinidamente. Por lo tanto, podemos asumir que la inducción no nos revela la “realidad” de una situación, sino que simplemente nos da una probabilidad de que esta situación se produzca.

Este es el problema de la inducción, y que Hume -a pesar de defender el empirismo- reconoció que existía. Es más -ante el pavor y horror de la sociedad de su época- manifestó que esta forma de pensar no era racional, sino que se limitaba más bien a un “acto de fe”, demostrando de esta manera que la psicología humana se aferra a todo aquello que considere necesario para poder tener algún grado de seguridad.

Sin embargo, Hume reconoce que a pesar de ser una forma de conocimiento imperfecta, es una forma de conocimiento “necesaria” para las personas, ya que de esta forma podemos al menos tomar decisiones.

Thomas Kuhn

Si bien Kuhn es un autor digno de analizar en forma detallada, me concentrare en tres conceptos que él propone -que considero de una total relevancia y originalidad- y que además están relacionados entre sí: los compromisos previos con los que trabaja la comunidad científica, el concepto de paradigma y el de inconmensurabilidad.

Kuhn establece que la comunidad científica trabaja a partir de compromisos previos: ontológicos, pragmáticos y epistemológicos.

Los “compromisos previos ontológicos” determinan las entidades previas, lo que previamente se acordó que existe.

Los “compromisos previos pragmáticos” establecen el para qué de la investigación, es decir, la utilidad que tiene la investigación.

Los “compromisos previos epistemológicos” enmarcan el ámbito normativo, las reglas, es decir, el método con que se llevará a cabo la investigación.

Es debido a estos compromisos previos que ya se puede concluir que la ciencia no cuenta en realidad con una “racionalidad interna”, ya que el conocimiento científico al depender de acuerdos previos necesita de “consensos”, por lo tanto la racionalidad de la ciencia sería eminentemente “externa”.

Kuhn además nos presenta el concepto de “Paradigma”. Para él un paradigma corresponde a una visión de mundo, a un grupo de supuestos compartidos por una comunidad científica; a una matriz disciplinaria, que determinará las teorías que dirigirán el curso de la investigación; y que posee además un lenguaje que le es propio, lo que permite a dicha comunidad tener claridad sobre ciertos conceptos. Un paradigma corresponde a todos los acuerdos posibles de una comunidad científica, por lo tanto, esta se reconoce a partir de su paradigma específico. Es más, no existe paradigma sin comunidad científica que lo defienda.

Es así como aparece el tercer gran concepto de Kuhn: la inconmensurabilidad. “La tesis de la inconmensurabilidad” manifiesta que no existe comunicación entre dos o más paradigmas, es decir, no son traducibles, comparables ni evaluables entre sí (por lo tanto ningún paradigma es mejor que otro), ya que como se expuso anteriormente la ciencia no cuenta con una “racionalidad interna”; el paradigma que triunfe sobre otro u otros no será porque sea mejor que aquellos, sino simplemente por su capacidad de persuasión.

Lo más interesante de estos tres conceptos planteados por Thomas Kuhn es que se pueden extraer perfectamente de la discusión de la ciencia y aplicar en casi todos los aspectos sociales de la vida. De hecho, estos tres conceptos se relacionan de forma notable con el concepto de cultura del antropólogo Marvin Harris, quien plantea que “cultura corresponde a la forma de pensar, sentir y actuar de una sociedad”. Por lo tanto pudiéramos decir que cada sociedad cuenta con sus propios compromisos previos (ontológicos, pragmáticos y epistemológicos), lo que permite que tengan sus propios paradigmas y que además, cuando queramos compararlas con otras sociedades, no podamos decir que sociedad es mejor que otra, ya que serían inconmensurables entre sí.

Paul Feyerabend

De este autor me parece importante hacer notar como abre el espectro de las posibilidades en cuanto al conocimiento, asegurando que no necesitamos solo de “un método” (particularmente se refiere a la ciencia) para su acceso.

Plantea que a partir de diversas manifestaciones humanas -entre más paradigmas coexistan- tendremos mayores posibilidades de acercarnos más a la realidad.

Él no cree que la ciencia sea el único camino para acceder al conocimiento, sino que asegura que se puede acceder a él a partir, por ejemplo, de la magia o de la religión. Incluso propone un “proceder contrainductivo”, en el cual se rompan todas las reglas y los esquemas  preestablecidos para acceder a la realidad.

Esto es lo que propone con su “anarquismo epistemológico” o “pluralismo epistemológico”, en donde todas las teorías serán igualmente validas; y en donde la inconmensurabilidad de Kuhn adquirirá con Feyerabend la connotación de “equivalencia” (entre distintos paradigmas).


sábado, 25 de marzo de 2017

EL ACCESO A LA VERDAD

Cuando se dice que una hipótesis nunca puede ser comprobada como verdadera, pero en cambio sí puede establecerse que es falsa, nos lleva directamente a un problema filosófico que puede ser a primera vista considerado intrascendente.

Esta problemática filosófica a la que me refiero es una pregunta bastante directa: ¿podemos las personas acceder a la verdad? La respuesta después de mucho pensar y leer, es que no, no se puede.

Es por eso que cuando realizamos un trabajo de investigación no pretendemos realmente el conocer la verdad acerca de nuestra problemática investigativa. Nuestro objetivo es “acercarnos a la verdad lo máximo posible”.

Pero surge otra pregunta relacionada con la primera: ¿Por qué no podemos acceder a la verdad? Y la respuesta creo que es bastante sencilla, y paradójicamente, tremendamente compleja a la vez.

No podemos acceder a la verdad, porque simplemente no contamos con las herramientas biológicas para llegar a ella. Me explico: con nuestros sentidos nos relacionamos con el entorno; nos permiten conocerlo, estudiarlo y finalmente desarrollarnos en él. Sin embargo, nuestros órganos sensoriales son limitados, y sólo nos permiten conocer la “realidad” o “verdad” a la que ellos tienen la capacidad de llevarnos.

Por ejemplo, actualmente sabemos que existen los átomos, aunque nunca hemos visto uno; sabemos que existen las moléculas, pero tampoco podemos verlas. No podemos acceder a estos componentes de la realidad a través de nuestros sentidos.

Lo que quiero decir es que vivimos en un universo tan complejo, y contamos con herramientas biológicas tan rudimentarias, que no podemos aspirar a conocerlo todo en su esencia o real esplendor, es decir, no podemos acceder a la “verdad”.

A pesar de esto, el no poder abarcarla en su totalidad no significa que renunciemos a ella. Por el contrario, debemos utilizar las diversas herramientas que nos da la metodología de la investigación dentro de la ciencia; y también todas aquellas otras formas de conocimiento menos “ortodoxas”, como puede ser la magia, la religión, los estados de conciencia alterados, la regresión a vidas pasadas, entre otras.

Tal vez de esta manera consigamos finalmente acercarnos a la “verdad” –o realidad- lo máximo posible.



viernes, 24 de marzo de 2017

EN RELACIÓN A LA CULTURA

Según el antropólogo Marvin Harris:

"CULTURA: CORRESPONDE A LA FORMA DE PENSAR, SENTIR Y ACTUAR DE UNA SOCIEDAD"; y
"SOCIEDAD: CORRESPONDE A UN CONJUNTO DE INDIVIDUOS QUE COMPARTEN UN HÁBITAT COMÚN Y DEPENDEN UNOS DE OTROS PARA SU BIENESTAR Y SUPERVIVENCIA".

Estas dos definiciones contienen la clave para poder entender por qué somos como somos y actuamos como actuamos. No somos seres individuales sino que sociales, y por lo tanto culturales.

Y es que si analizamos los conceptos de cultura y sociedad, realmente podemos comprobar que no somos ni existimos en soledad. Formamos parte de un todo, en el cual debemos necesariamente relacionarnos de forma positiva, es decir, a partir de conceptos básicos como son la solidaridad y la reciprocidad.

La única forma de sobrevivir como especie es internalizar estos conceptos como algo natural y propio de todos nosotros. Esto será posible cuando consigamos acceder a una cultura única y global, que todos asumamos como la única "verdad".

El peor error que hemos cometido como especie hasta ahora es creer que somos seres individuales, es creer que somos individuos. Éste es nuestro gran error.

Lo cierto es que somos parte de un conjunto que es esencialmente indivisible. Cuando vamos en contra de este principio básico sólo obtenemos dolor, se desencadenan las guerras y el miedo.

Por lo tanto la cultura es nuestra "conciencia social", o pudiésemos decir también que es el "alma" de nuestra sociedad.

Es nuestro mayor reto y responsabilidad como especie, consciente de sí misma y de las demás, el conseguir la "cultura universal" basada en la solidaridad y en la reciprocidad, pero no sólo entre el animal humano, sino que incluyendo a todas las demás especies conocidas y por conocer.

Ésta es la clave de la vida y de la felicidad para todos.


miércoles, 28 de noviembre de 2012

LA CONSTRUCCIÓN DE OCCIDENTE

"SOMBRAS Y LUCES DE LA EDAD MEDIA", JEAN VERDÓN.

Según Verdón, la Edad Media corresponde a un concepto que engloba sombras y luces. Cuando se refiere a estas palabras, quiere decir que durante ese largo periodo hubo cosas que fueron positivas, como otras que fueron lo contrario. Según el autor, la historiografía tradicional a tendido a resaltar en forma predominante lo que él ha calificado como “las sombras”, es decir, se ha centrado casi exclusivamente en lo negativo. Por lo tanto, el plantea (a partir de su texto), mostrar el lado más amable y desconocido de la Edad Media. Lamentablemente, y desde una apreciación muy personal, el autor se queda más que nada en la promesa de realizar tal objetivo, ya que después de cada capítulo (en que hace un largo recorrido por todo lo negativo de la Edad Media), cuando correspondía la contraparte positiva, es decir, la de las “luces”, el desarrollo era bastante pobre, y lo que es peor aún, a mi juicio, intentaba justificar lo injustificable, pero sin argumentos sólidos, solo a partir de la impresión que el tenia acerca de lo que relataba.

Ahora bien, sí le puedo conceder ciertos puntos, y que en definitiva son los que me parecen más relevantes a la hora de estudiar a la Edad Media con “mente más amplia”, tratando de dejar los prejuicios negativos de lado:

Uno es el contexto cultural e histórico en que se desarrolla la Edad Media, es decir, no podemos medir con la vara contemporánea de forma absoluta los comportamientos de aquella época, ya que lo que nos parece correcto hoy en día en una multiplicidad de ámbitos, no necesariamente era visto de la misma forma durante ese periodo.

Otro es el gran tiempo cronológico que se le atribuye a la Edad Media, prácticamente mil años, lo que impide que siquiera podamos intentar pensar de que en un periodo de tiempo tan largo se lograra hacer un barrido único de la forma de pensar, de sentir y de actuar de su gente. Esto se demuestra claramente en el hecho de que lo que ocurre (en casi todos los ámbitos) antes del siglo X, es bastante diferente a lo ocurre con posterioridad a éste.

Un tercer punto a rescatar, sería el de que tampoco se puede decir que durante la Edad Media todos los individuos sufrieron las mismas situaciones, sean estas positivas o negativas, ya que dependiendo del lugar del mundo donde nos enfoquemos, en el mismo periodo de tiempo, se vivía de manera muy distinta. Por lo tanto, a este periodo no solo le debemos atribuir un tiempo específico, sino que también un territorio del globo terrestre en particular. Este corresponde fundamentalmente a Europa Occidental, ya que durante el mismo periodo de tiempo cronológico, los chinos tenían una cultura sumamente rica y bastante “avanzada”, tanto así que cuando comenzó el expansionismo europeo, particularmente el portugués, en Oriente era poco lo que llamaba la atención de este lado del mundo, donde más bien los europeos eran sinónimo de lo retrógrado y lo barbárico.

Pasando ahora al ámbito específico que describe el autor, referido a la comida, la Iglesia y las mujeres, podemos decir que:

En cuanto a la comida, el autor nos señala que efectivamente se vivieron largos y tristes episodios de hambruna durante la Edad Media (tanto así que incluso hace descripciones de cierta tendencia al antropofagismo cuando la situación se encontraba completamente desbocada). Sin embargo, como se explicaba más arriba, estos en ningún caso afectaron a todo el periodo comprendido dentro de la Edad Media, ni tampoco afectaron a toda la población por igual, ya que los ricos siempre tiene mejor acceso a la nutrición que los pobres, independiente que la hambruna afecte a la población en general; además, aclara que es más fácil saber lo que comían en las clases altas que en las bajas, aunque reconoce que estas últimas tenían menos acceso a la carne que las primeras. El autor atribuye estos periodos de carestía a factores climáticos, pero también muchas veces a los desaguisados que llevaban a cabo los soldados en sus campañas, así como al aumento progresivo de la población (por lo menos mientras aparecieron las grandes epidemias, que produjeron el efecto demográfico contrario).

En lo referente a la iglesia, el autor hace hincapié en un punto que considero que es bastante relevante, y es que si hay algo que define a la Edad Media es su fuerte soporte religioso, que la estructuraba casi en su totalidad. Obviamente, y para no desconocer lo que mencionaba anteriormente acerca de que en mil años mil cosas son diferentes (y guardando las diferencias y las proporciones), la religión se puede considerar el hilo conductor de este periodo.

De esta forma, el pecado era algo de suma importancia para la población, ya que según el comportamiento que las personas tuvieran en este mundo terrenal, a la hora de partir de esta vida se encontrarían disfrutando de la gracia eterna de Dios o, por el contrario (lo que aterraba hasta lo más profundo a las personas de este período), terminarían por toda la eternidad quemándose en las terribles llamas del infierno. Sin embargo, la iglesia creía en el arrepentimiento. El punto es que al ser los intermediarios entre Dios y los hombres para obtener el perdón celestial, el clero obtuvo un poder casi absoluto, lo que produjo abusos de poder por parte de éste.

Otro punto bastante interesante, ya que considero da pie para varios análisis, es la necesidad que tenia la iglesia de traspasar su formas de concebir el mundo a, precisamente, todo el mundo. De esta forma separó a las personas en “los unos y los otros”, donde los “unos” correspondían al pueblo cristiano, y los “otros” eran los infieles o los herejes. Sea cual fuere el nombre que se les diese, la iglesia sentía la necesidad irrefrenable de convertirlos para llevarlos por “el buen camino”. Así, se empezó a justificar la violencia (cuyo concepto también da para varios análisis más), apareciendo la tortura como algo necesario para conseguir confesiones, acabar con los herejes y salvar las almas.

Los actos de tortura descritos por el autor en varios pasajes del libro son, en lo personal, bastante estremecedores. Sin embargo, si los comparamos con otros cometidos en épocas recientes, nos daremos cuenta de que no son actos privativos de la Edad Media. Tal vez lo más delicado de este asunto sea que, en aquel periodo, la tortura era considerada como algo licito y socialmente aceptado, tanto por las instituciones como por la sociedad, pero también es cierto que actualmente se practica la tortura en diversos países, y los distintos gobiernos y medios de prensa se “hacen los locos”, y solo se toca el tema cuando ya no queda otra salida, sino solo es cosa de acordarse de EEUU y Guantánamo.

En cuanto a lo positivo, o como diría el autor, “las luces”, tenemos la aparición en escena de monjes que tenían una disposición mucho más cercana a lo que uno podría creer es la verdadera esencia del cristianismo, representada fundamentalmente por San Francisco de Asís y por Santo Domingo. Además, se nos dice que fue precisamente la Iglesia quien se preocupo en este periodo por los pobres, creándose incluso una especie de “hospitales arcaicos”, que si bien no solo atendían a enfermos, con el tiempo se fueron especializando en su atención.

Por último, en cuanto a las mujeres, se puede decir que definitivamente la jerarquía eclesiástica las tenía en un segundo plano, en todos los niveles posibles. Y digo jerarquía, porque era precisamente ésta, y muchos de sus grandes pensadores, quienes incluso escribían textos acerca de la inferioridad de la mujer, tanto en el ámbito intelectual como en el de la fuerza física y espiritual, donde también se consideraba que estaba por debajo de su contraparte masculina.

Es descarada la carga que se les impuso en este periodo acerca de su responsabilidad en todo lo negativo, pero particularmente en lo sexual: eran ellas unos seres increíblemente libidinosos que, a partir de argucias y artimañas, engatusaban a los hombres y los hacían caer en el pecado, incluso “obligándolos” a violarlas, asunto que también en muchos casos era atribuido como culpa del sexo femenino.

Como decía anteriormente, no toda la Edad Media fue igual, y nuevamente el siglo X marca un antes y un después para las mujeres, después de este siglo, todo aquello negativo que mencionamos anteriormente, se fue haciendo cada vez más fuerte. En cuanto a lo positivo, el autor nos dice que la mujer era un engranaje fundamental en la articulación de las familias, particularmente en aquellas del mundo campesino.

Como mencione anteriormente, la Edad Media debe ser considerada en el contexto que se produjo, en su largo periodo cronológico (1000 años) y en su ubicación geográfica (particularmente Europa Occidental y sus áreas de influencia). Esto no justifica todas las sombras que cruzaron esta época, pero nos permiten entender que la historia del hombre es un continuo de errores y violencia, y que en todo periodo histórico, se han sucedido tanto cosas que nos orgullecen, como otras que definitivamente quisiéramos olvidar.


“LAS CRUZADAS VISTAS POR LOS ÁRABES”, AMIN MAALOUF.

A diferencia del texto de Jean Verdon, que debo reconocer que encontré en general súper latero, el libro de Maalouf lo disfruté un montón, ya que no sólo era entretenido y dinámico, sino que la cantidad de información que me entregó la considero del todo relevante, y me permitió además hacerme una idea bastante amplia, no sólo del mundo musulmán, sino que también del mundo cristiano y de cómo, finalmente, funcionaban las cosas durante ese periodo de la Edad Media.

Reconozco que se me haría bastante difícil hacer una descripción específica de las etapas que permitieron este proceso de forma exhaustiva, porque por más que lo intenté, después de tres capítulos de lectura ya tenía un gran enredo de nombres de reyes (tanto cristianos como musulmanes). A pesar de esto, creo conservar intacto los eventos generales que permitieron que este proceso aconteciera.

Lo primero que debo decir, es que me sorprendió bastante la forma en que estaba distribuido el poder en el mundo musulmán previo a la llegada de los frany (que no es más que la denominación que dieron los árabes a los occidentales invasores), ya que mi impresión previa era que el mundo musulmán era una masa uniforme y perfectamente cohesionada, en la cual todos reaccionaban y se movían en una sola dirección, la cual correspondía a sus creencias religiosas.

Pero según el relato de Maalouf (que se basa fundamentalmente en cronistas e historiadores musulmanes), esto no era así. Lo que primó en el mundo musulmán durante las cruzadas (con matices mas o matices menos), fue sin duda el afán de poder (y de la mano el económico); pero en este caso particular, me atrevería a hacer la separación entre poder y dinero, porque aunque actualmente quien tiene dinero (por lo general), de una u otra forma obtiene poder, durante las cruzadas bastaba con obtener poder, y lo demás llegaba solo. Ahora, el poder no se obtenía de manera gratuita: para llegar a él había que matar, y no solo a los enemigos, sino que muchas veces a la propia familia, ya que de eso dependía finalmente asegurar el éxito o, como comentaba recién, el poder.

Y fue precisamente este egoísmo pequeño, esta individualidad recalcitrante, la que permitió a los frany poder extenderse de forma tan volátil y desenfrenada en relativamente cortos periodos de tiempo, por todos esos amplios territorios que llegaron a  conquistar y de los cuales fueron señores indiscutidos. El hecho de que los frany atacaran una ciudad y ésta no fuera socorrida en los tiempos adecuados (es decir, inmediatamente cuando se solicitaba la ayuda, porque se consideraba que eran ciudades periféricas al corazón musulmán y por lo tanto su pérdida no produciría un gran daño), permitió que los frany fueran gradualmente acercándose mas y mas hacia el corazón de las grandes metrópolis musulmanas, lo que derivó en que no se dieran cuenta cuando los europeos se encontraban prácticamente en sus narices.

Precisamente, a mi modo de ver, lo que permitió revertir esta situación una vez ya enquistados los europeos en gran parte de Asia menor, Siria o Egipto, fue la aparición de ciertos liderazgos musulmanes, como los de Nur al-Din y/o el de Saladino, que si bien es cierto, siempre tuvieron el afán de obtener y mantener el poder (y posteriormente heredarlo a su descendencia), fue la visión de hacer un llamado a la unidad religiosa del pueblo musulmán (ya fuera en forma autentica o incluso en apariencia), lo que dio aquella necesaria cohesión  al pueblo musulmán para formar un único y gran bloque que permitiera recuperar los territorios perdidos. Sin duda que también su austeridad les dio un sello distintivo, y la magnanimidad de Saladino, que tenía un honor a toda prueba, a veces incluso (a mi modo de ver), rayando en lo absurdo, los elevó a ojos de la población no sólo como grandes líderes, sino que como seres absolutamente admirables, a los cuales no sólo era necesario rendir pleitesía, sino que además a quienes era necesario seguir y obedecer en todas aquellas decisiones que tomaran, ya que se tenía la certeza que todo lo que hacían era en favor del mundo musulmán.

Lo segundo que llamó poderosamente mi atención, es como una vez que fallecía un monarca musulmán se producía inevitablemente un periodo de guerra civil para determinar quien se asentaría como nuevo señor, y esto sucedía tanto cuando los sultanes tenían un turbulento gobierno, como cuando éste era tranquilo, ya que no existía la capacidad (o la previsión), de aprovechar los periodos de bonanza política y social para buscar y dejar a alguien competente en el cargo, sino que todo lo ganado se perdía casi de forma absoluta; los hijos del monarca fallecido se peleaban por quedarse con la mejor tajada, dividiéndose los reinos, e incluso maquinando intrigas, lo que los frany aprovechaban para seguir aumentando y consolidando sus conquistas. Este asunto me dejó pensando un buen rato en la importancia de la democracia a la hora de determinar quien estará a la cabeza de una nación o de un pueblo, ya que si bien actualmente no hay mucho donde elegir (por lo menos nada de calidad), por lo menos permite dejar de lado la incertidumbre de que todo lo ganado en un reinado glorioso (o en un periodo presidencial relativamente aceptable) no se perderá en el intertanto, donde unos cuantos pretenden hacerse del poder, a cualquier precio.

Lo tercero que considero interesante de analizar es la facilidad con que los monarcas, particularmente los musulmanes, abandonaban a sus ciudades cuando ya estaba todo perdido. Acá se aplica eso de que “soldado que arranca sirve para otra guerra”, ya que les daba lo mismo la suerte que correrían los habitantes una vez fuera tomada la ciudad, lo importante era salvar “el pellejo”. Tal vez lo más fuerte de esta situación es que por lo general los habitantes de la ciudad pérdida eran asesinados sin contemplación, y si se dejaban vivir a los niños o a las mujeres, su suerte tampoco era de las mejores, ya que se vendían como esclavos, con todo lo que eso conlleva. La verdad es que esta situación me parece indigna, yo hubiera esperado que los líderes musulmanes, por lo menos aquellos más poderosos, se hubiesen quedado a defender a su gente, o por lo menos a tratar de negociar el mejor destino posible para ellos.

Un cuarto punto, que no puedo dejar de mencionar, y es que lo encuentro verdaderamente notable, es como una vez que fue pasando el tiempo, los frany, o mejor dicho, los descendientes de los frany que conquistaron los territorios árabes, ya no eran considerados por los musulmanes como propiamente europeos. De hecho, diferenciaban a los frany que venían llegando de Europa, con aquellos que ya tenían unas cuantas generaciones en los antiguos territorios musulmanes. Y lo encuentro notable, porque muestra como los frany dejaron de ser “los otros”, y pasaron a ser algo como los “unos”, si bien no eran propiamente de los “nuestros” (vistos desde una perspectiva musulmana), si había algo que los acercaba mucho mas a ellos, y les daba una consideración especial, tanto a la hora de hacer treguas en las guerras, como en la misma situación del comercio.

Para terminar, sólo puedo agregar que es innegable que el contacto de los occidentales con los orientales (en el marco de las cruzadas), y a pesar de todas las barbaridades y brutalidades que se cometieron, fueron un gran aporte a la cultura occidental. Me atrevería a decir que principalmente este enriquecimiento cultural se produjo desde Oriente a Occidente, y no al revés. Y es que a pesar de que actualmente en Occidente se nos ha entregado una imagen de ese mundo árabe como de unos “fanáticos religiosos”, lo cierto es que el lado occidental no lo hizo nada de mal, ya que en el marco de la “guerra justa” contra los herejes, se cometieron graves “acciones” en nombre de la propia religión.

Aunque sigo pensando que (de ambos lados), Dios y la religión fueron solo una excusa para poder obtener lo que (como humanidad), generalmente hemos demostrado ansiar en forma general: poder, territorio, riquezas económicas y de paso, si se puede, prestigio.




jueves, 15 de noviembre de 2012

COMUNIDAD Y SOCIEDAD

“LA EVOLUCIÓN DE LA MENTE Y EL SURGIMIENTO DE LA CULTURA”, CLIFFOR GEERTZ.

Desde el punto de vista de la evolución humana, el estado actual del hombre (Homo sapiens sapiens) presenta una particularidad notable dentro de la naturaleza. Tal vez seamos una de las especies más inteligentes y desarrolladas de nuestro planeta (cosa que también podría cuestionarse y daría para trabajar otro tema), ya que hemos sido capaces de desarrollar y perfeccionar un gran número de tecnologías en diferentes ámbitos, como la agricultura, la medicina, la arquitectura y la educación, entre otras. Sin embargo, surge inevitablemente la pregunta: ¿Cómo sucedió esto? Y la respuesta definitivamente es: gracias a que precisamente la condición humana es comunitaria.

En este sentido, el planteamiento de Cliffor Geertz es osado, pero a la vez notable y lleno de sentido, ya que su hipótesis sugiere de que el hombre actual no llegó a ser lo que es hoy en día, o mejor dicho, su cerebro no llegó a ser lo que es hoy en día, por un simple proceso de evolución fisiológico-cronológico. Es decir, el homínido no pasó por etapas claramente marcadas y en cierto momento específico desarrolló una capacidad intelectual como por arte de magia, de un día para otro. La propuesta de nuestro autor sugiere que el desarrollo del cerebro humano se dio a la par y gracias a que en forma paralela se desarrollo la cultura.

La concepción tradicional nos dice que el cerebro del hombre evolucionó de manera tal que en algún momento determinado se produjo la “magia”,  y el hombre empezó a desarrollar la cultura. Geertz nos dice que esto no fue así, sino que el cerebro humano, o en ese momento homínido, se fue desarrollando y adquiriendo su complejidad gracias a que a la par se fue retroalimentando con su cultura.

El punto es que la cultura sólo es posible en la medida en que existe una sociedad o una comunidad que vive bajo sus cánones o parámetros. Una cultura, que es algo tan propio y tan característico de un grupo humano particular, permitió que ese antiguo cerebro primitivo de los primeros homínidos fuera desarrollándose, y evolucionado de manera tal que ha permitido aquellos avances mencionados previamente.

Es por esto que puede decirse que la condición humana es comunitaria, ya que si no hubiese sido por la retroalimentación continua entre el individuo y todos y cada uno de los integrantes de la comunidad a la cual éste pertenece, probablemente hoy no seriamos lo que somos.

En la actualidad esto ha sido reconocido, y lo vemos por ejemplo en la implementación hace algunos años con el Programa “Chile Crece Contigo”, en el cual se intenta sistematizar en la atención primaria de salud un estimulo progresivo y constante del recién nacido hasta el inicio de su etapa preescolar, haciendo un marcado énfasis en la estimulación temprana, ya que se comprobó que lo niños que son más y mejor estimulados desde temprana edad, presentan mayores conexiones neuronales y, por lo tanto, se encuentran en condiciones intelectuales más favorables que aquellos niños que no lo son, como ocurre tristemente, por ejemplo, con los niños que se crían en hogares de menores estatales, donde no se les puede prestar la atención necesaria para su mejor estimulación.


CULTURA, ETNOCENTRISMO Y COMUNIDAD.

La relación entre los conceptos de cultura, etnocentrismo y comunidad la podemos expresar de la siguiente manera: Toda comunidad posee una cultura que le es propia y característica, con una multiplicidad de riquezas en diversos ámbitos. Sin embargo, cuando una comunidad considera que la cultura propia es superior a otra u otras culturas, tenemos una actitud etnocentrista por parte de dicha comunidad.

Esto lo podemos ejemplificar a partir de los textos de Franz Boas, “La mentalidad del hombre primitivo”, y de Marshall Sahlins, “La sociedad opulenta primitiva”.

Sahlins nos hace ruido al analizar la forma en que los europeos banalizaron y subestimaron la forma de vida, y por lo tanto la cultura, de diversos pueblos cazadores y recolectores en distintas partes del mundo. A estos europeos no les cabía en  la cabeza que estas comunidades anduviesen en muchos casos casi sin vestimentas, que en ocasiones no tuvieran viviendas sólidas, y tal vez lo más inquietante para ellos, la pobreza de sus utensilios materiales de uso diario, inclusive sus herramientas. Sin embargo, Sahlins interpreta la cultura de estas comunidades como lo que llama “Sociedades opulentas”, en el sentido de que al no tener grandes necesidades materiales, viven adecuadamente con lo que su entorno les brinda, por lo tanto, al tener escasas expectativas de cosas materiales, no sufren ni les falta lo necesario, que en resumen es para ellos la alimentación.

Otro ejemplo nos lo brinda Franz Boas. Él hace un ejercicio muy interesante, al mostrarnos que una comunidad que cuente con un gran número de palabras en su lenguaje cotidiano, no necesariamente será superior culturalmente a una comunidad que cuenta con un número inferior, ya que el número de palabras ira en directa relación con la utilidad que éstas tengan en sus vidas diarias, y que en el caso de ser requerido, el número de estas aumentará. Por ejemplo, en una ciudad a nosotros nos basta con la palabra árbol para designar una entidad especifica, pero para una comunidad que vive en un bosque seguramente no bastará con la palabra “árbol”, y requiera de 50 o 100 nombres distintos para designar lo que a nosotros nos resulta útil en un solo concepto.


LA COSMOVISIÓN MEDIEVAL Y EL PENSAMIENTO MODERNO.

La cosmovisión medieval se distingue del pensamiento moderno en dos modos de ver el mundo (bastante particulares y diferentes a la vez), en lo que Rafael Echeverria denomina en el “Búho de Minerva” con el concepto de “Paradigma de Base”. Según este concepto, cada sociedad tiene una forma particular de entender el mundo según el periodo histórico o cronológico en que le toque desenvolverse.

En este sentido, el Paradigma de Base que distingue la cosmovisión medieval esta dado por su carácter teocéntrico, y el Paradigma de Base del Pensamiento moderno esta dado por la duda o el pensamiento crítico.

La cosmovisión medieval tiene su centro en Dios, todo adquiere sentido en torno a él, y por lo tanto se vuelve un valor fundamental el conocimiento a partir de la fe. Es tan así que cuando algún tipo de conocimiento se contrapone con la realidad divina, es ésta la que prima, aun cuando la lógica y el empirismo le den la razón a la contraparte. La razón solo será aceptada en la medida que corrobore o justifique algún dogma de la fe, en caso contrario, la cosmovisión medieval asume que el ejercicio de la razón simplemente no ha sido utilizado de forma adecuada, ya que no tendría sentido que cualquier nuevo conocimiento adquirido atente contra aquello que da forma al propio pensamiento de la época, es decir, a su esencia teocéntrica.

De las múltiples implicancias que esto puede tener, sin duda una de las más interesantes corresponde al papel que desempeñará la jerarquía de la Iglesia a la hora de dirimir acerca del conocimiento verdadero o el falaz, ya que será esta jerarquía quien en definitiva cautelará que conocimiento es adecuado a la verdad de la fe y cual se aleja de ésta, con todos los abusos de poder que ya son de extenso dominio público.

En el pensamiento moderno, en cambio, el Paradigma de Base dijimos que estaría dado por lo que se conoce como la “duda” o el “pensamiento crítico”. Ya no basta con una visión acerca del mundo dada ontológicamente por la existencia de un ser supremo que dirige de una u otra forma la vida de las personas, sino que será la razón la que se impondrá sobre Dios, y lo colocará en el banquillo de los interrogados para finalmente asumir que las certezas deben “conseguirse” de manera activa, y ya no por una fe revelada, ya que ésta no basta para explicar la realidad del mundo en el cual nos desenvolvemos.

Es de esta manera como el poder, que en la cosmología medieval ostentaba la teología, será ahora en la modernidad reemplazado por la ciencia, que a partir de su desarrollo epistemológico se centrará en el problema del conocimiento en sí. La naturaleza ya no es un simple reflejo del creador, sino que ahora se subordina al conocimiento humano, lo que la vuelve un objeto no sólo de su insaciable sed de conocimiento, sino que en un producto más que, al igual que otros, puede ser manipulado por la inteligencia humana de acuerdo a la conveniencia del poder de turno.

De esta manera aparece el concepto de “progreso”, en el cual se asegura que el conocimiento adquirido a partir (o a través) de la ciencia, nos conducirá en forma lineal e inequívoca a un continuo desarrollo humano, aunque también es sabido por todos que esta promesa de progreso no se cumplió necesariamente así, por lo menos, no para todos, y no en todos los ámbitos.

Así la humanidad realiza un cambio de paradigma importante, en el cual la “fe” en los dogmas religiosos es reemplazada por la “fe” en el progreso (que sería aportado supuestamente por la ciencia).

Esta diferencia entre la cosmovisión medieval y el pensamiento moderno, se ejemplifica claramente en la película “El Nombre de la Rosa”. En esta película vemos la marcada contraposición existente entre el afán lógico investigativo del protagonista (quien a partir de la razón intenta develar el misterio de las muertes producidas en el monasterio), incluso reprendiendo en variadas ocasiones a su pupilo por su falta de raciocinio en algunas deducciones, y la visión tradicionalista y dogmatica del encargado del convento, así como de su más antiguo monje (quien resulta ser el asesino), en que guían todas sus conclusiones en relación a un supuesto fin de los tiempos, o a la aparición del demonio, quien se estaría dedicando a matar a diestra y siniestra.

Es notable la diferenciación de “ambos mundos” presentada en la trama de la película: el marcadamente medieval y religioso del asesino, y el crítico y razonado del protagonista. Y es que a partir de un libro, (supuestamente poseedor de idearios heréticos), se debate la idea de que el conocimiento debe ser puesto al servicio de la humanidad y para todos aquellos que quieran aprender de él; por otro lado, se muestra la visión de un libro que debe ser escondido a toda costa, y de ser necesario destruido ( lo que finalmente ocurre), ya que pone en jaque la doctrina de la fe, y en resumidas cuentas, la idea que se tiene de Dios y de la forma de entender el mundo (por lo menos hasta ese momento).


jueves, 27 de septiembre de 2012

LA MULTITUD EN LA HISTORIA Y LA ECONOMÍA MORAL DE LA MULTITUD EN LA INGLATERRA DEL SIGLO XVIII

Interesante es el planteamiento de George Rudé en cuanto a las características de la multitud preindustrial, particularmente entre los años 1730 y 1848.

Y digo interesante, ya que las descripciones que realiza de estas multitudes, tienen consonancia en la actualidad con los movimientos sociales sucedidos recientemente, en diferentes ámbitos, pero particularmente en lo relacionado con las multitudes que marchan por las calles de Santiago y de otras grandes ciudades de chile, en pos de la educación gratuita de calidad y de fin al lucro de ésta.

Según Rudé, la escritura tradicional ha encasillado a las multitudes como parte constitucional de lo peor de la población, es decir, de los delincuentes y criminales: “Escritores como Taine y Gustave Le Bon han sugerido que la típica multitud revoltosa o revolucionaria está compuesta de elementos criminales, gentuza, vagabundos, o desechos sociales” (George Rudé, La Multitud en la Historia, pp. 204); según mi parecer, fácilmente podría cambiar a los autores anteriores y la sentencia quedaría como sigue: “Escritores de diarios como La Tercera y El Mercurio, o noticiarios de televisión como 24 Horas, Chilevision noticias, Meganoticias o Canal 13, han sugerido que la típica multitud revoltosa o revolucionaria está compuesta de elementos criminales, gentuza, vagabundos, o desechos sociales”.

Si, es una sentencia fuerte, pero tremendamente real. Nos lleva a cuestionar en forma tajante la forma en que los medios de comunicación masiva han, y continúan aun, manipulando y falseando la información que se supone están destinados a ayudar a transparentar, reduciendo un limpio y heroico movimiento de restitución social a un simple movimiento vandálico. Entonces uno se empieza a preguntar muchas cosas, primero que nada, ¿porque lo hacen?, y la respuesta es obvia, triste pero obvia: los principales medios de comunicación masiva, tanto escrita como visual, son propiedad, o dependen en su estructura económica, de los mismos poderes capitalistas que quieren a toda costa seguir manteniendo el lucro en áreas que no son de su incumbencia, como es la educación.

Y que con esto, podría decir el lector mas cándido, ya que el pueblo chileno en términos generales, que cuenta en la actualidad con escasa (por no decir nula) capacidad crítica, ve representado en sus televisores y en sus noticiarios regalones, como los estudiantes se transforman de forma indiscutible en verdaderos vándalos y sabandijas, que solo buscan el desorden y destruir las calles, los negocios y los semáforos de la ciudad.

De esta forma se vende un discurso, que es muy bien ocupado por las autoridades de turno, para desvirtuar el verdadero sentido de las marchas, y enfocar todo en el ámbito de la violencia, que no corresponde más que a una pequeña fracción de todo el movimiento, que es inevitable en toda gran aglomeración de personas: “Difícil sería negar que las condiciones de conmoción social bajo las cuales se produjeron las revueltas de aquella época, como de cualquier otra, proporcionaron excelentes oportunidades a los ladronzuelos y rateros para unirse a la refriega y, bajo las apariencias de la revuelta o la revolución, hacer una buena cosecha” (George Rudé, La Multitud en la Historia, pp. 205).  

Y en la actualidad, como en la época descrita por Rudé, las personas se ven fácilmente impresionadas por esta maraña bien organizadas de mentiras: “Y hay sin duda suficientes pruebas de que éste era el punto de vista predominante entre los observadores de la época, ya perteneciesen a la nobleza o a la clase media”  (George Rudé, La Multitud en la Historia, pp. 204).

Y lo cierto es que las pruebas demuestran lo contario, nos aclarará Rudé, ya que las personas que participan de estos grupos multitudinarios corresponden en su mayoría a gente de esfuerzo y trabajadora, que ha sobrepasado ya los límites tolerables de cualquier paciencia humana y se ha cansado de recibir en forma continua e indiscriminada toda clase de abusos: “La multitud de la Revolución Francesa… estaba compuesta en su mayoría por sobrios jefes de familia y ciudadanos, sin duda de humilde condición y que podían estar temporariamente sin trabajo, pero entre los cuales los vagabundos, ladrones, prostitutas y desechos sociales sólo desempeñaron un papel insignificante” (George Rudé, La Multitud en la Historia, pp. 207).

Rudé se plantea la pregunta de qué tan representativa es la multitud, de la población en general, lo que también nos recuerda como constantemente el Ministro del Interior o la Intendenta de Santiago, o incluso el insidioso vocero de gobierno, nos dicen constantemente como las marchas multitudinarias de los estudiantes no son representativos de la mayoría de los chilenos. Pero Rudé es enfático en su diagnostico: “La población local demostró de qué lado estaban sus simpatías negándose a entregar a la justicia a conocidos participantes en los hechos” (George Rudé, La Multitud en la Historia, pp. 218); y si bien asegura que no es fácil reunir material estadístico para confirmar o negar tal suposición, también nos aclara que “existe un evidente vínculo de simpatía e intereses comunes entre los pocos activos y los muchos inactivos” (George Rudé, La Multitud en la Historia, pp. 218).

En cuanto a la motivación de las masas en su actuar, si se siguen los parámetros tradicionales descritos anteriormente, la visión clásica era que esta actuaba por bajos instintos e instigada por algún poder político oculto: “El supuesto que las sustenta parece ser que las masas no tienen aspiraciones dignas que les sean propias…y que pueden ser impulsadas a la acción sólo con la promesa de una recompensa por parte de agentes o conspiradores ajenos a ellas” (George Rudé, La Multitud en la Historia, pp. 221).

Que parecidas nos suenan también estas falaces argumentaciones dadas por insignes personeros de Derecha en la actualidad, que habitualmente han dicho que la causa del movimiento estudiantil chileno corresponde a oscuros intereses políticos llevados a cabo por el partido comunista, que ha “manipulado” a estas pobres masas incapaces de pensar por sí mismas, porque ese es el argumento, la derecha no da el crédito a los estudiantes de tener motivaciones propias, sino que necesariamente debe haber una “mano oculta” que los está instigando a esta situación.

En lo personal, me quedo con la otra posibilidad que plantea Rudé como motivación de las masas para actuar, y es que corresponde a causas diversas, no a una situación unicausal, y que la base de acción estaría dada por “factores económicos” y “nobles ideales”.

Y es que acaso no son precisamente los factores económicos, aquellos que han destruido desde hace tantos años el núcleo de las familias chilenas, que para que algunos de sus integrantes puedan estudiar deben literalmente vender el alma al diablo, bueno, el diablo en este caso son los bancos, pero a estas alturas del partido nadie puede negar que exista alguna diferencia substancial entre Don Sata y las instituciones financieras chilenas.

Pero dolores económicos aparte, es evidente que los estudiantes en sus marchas ponen de manifiesto algo más sublime y más trascendente que el dinero, y es lo que mencionaba Rudé como la posibilidad de la búsqueda, como decía anteriormente, de “noble ideales”.

Y es que yo me pregunto: ¿Que más noble puede ser, que el que un grupo de estudiantes estén dispuestos a recibir golpes y manoseos por parte de carabineros, si no es por un ideal superior?, y más aun, ¿Quien puede decir que no existe un noble y elevado ideal en el hecho ya constatado, de estar dispuestos a perder un año escolar completo, al realizar tomas en las escuelas que permitan visibilizar un problema tan agudo para la sociedad chilena toda?

Bueno, supongo que no faltaran aquellos que dirán que estas acciones más que a nobles ideales corresponden a vándalos y a flojos que no quieren estudiar, pero todos sabemos también que nuestro país está lleno de personas con espíritu y corazón tan estrecho como sus deterioradas mentes.

Pero no puedo terminar el presente ensayo sin hablar un poco acerca del texto de E.P. Thompson, que viene anunciado en la portada del presente ensayo y que, si no dijera algo de él, sería casi un verdadero fraude.

Sin embargo, a pesar de que sus páginas eran mucho más extensas que las de Rudé, solo hare comentario de lo que me pareció más notable del texto.

No dejó de llamar mi atención el titulo de capitulo, y es que éste se refiere a la economía moral de la multitud en la Inglaterra del siglo XVIII, y es interesante ya el término “moral” en sí mismo, ya que la moralidad ha sido tan manoseada durante tanto tiempo, que incluso a los buenos ciudadanos nos parece algo arcaico y fuera de foco, y es que inevitablemente lo asociamos a moralidad cristiana y religiosa, con toda aquella hipocresía y doble estándar que conlleva.

Pero, si hacemos el ejercicio de quitarle el término a esa destemplada situación, y lo llevamos a lo que es en realidad, veremos que aun tiene mucho de sentido. Y es que era efectivamente lo moral lo que movía a esas multitudes a los motines de por ejemplo, el fijar los precios de los cereales.

No existía un afán económico detrás de pagar menos por un producto en sí, por parte de las humildes masas, tampoco en tomar los productos sin pagar, sino que lo que movía a estos grupos organizados y cohesionados era el pagar el “precio justo” por el producto que necesitaban, que por lo demás era un producto de primera necesidad.

Pero acá vemos como lo justo está relacionado inevitablemente con lo moral, que hablábamos anteriormente, y es que las masas pobres de la Inglaterra del siglo XVIII no concebían que algunos intermediarios especuladores, usureros y mal intencionados, a fin de poder obtener mayores réditos económicos subieran el valor de productos de primera necesidad, a valores que serian imposibles de solventar por la mayoría de las personas que la requiriesen: “Los molineros y –en mayor escala- los panaderos eran considerados servidores de la comunidad, que trabajaban, no para lucrarse, sino para lograr una ganancia razonable” (E.P. Thompson, La Economía Moral de la Multitud en Inglaterra del siglo XVIII, pp. 223).

Entonces, bajo este punto de vista, el ir a los molinos y tomar la harina y llevársela pagando el precio que consideraban justo, no correspondía a ningún tipo de robo o de ultraje hacia esos nacientes empresarios, sino que era casi “justicia social”, ya que como ellos estaban convencidos de que lo que el Estado no hacía por ellos, debían hacerlo entonces ellos mismos, pero por el bien común de todos: “En muchas ocasiones, en las antiguas regiones fabriles del Este y el Oeste, la multitud sostuvo que, puesto que las autoridades se negaban a imponer las leyes, tenían que imponerlas por sí mismos” (E.P. Thompson, La Economía Moral de la Multitud en Inglaterra del siglo XVIII, pp. 258).

Pero esto nos lleva a una interesante pregunta: ¿Por qué no podemos hacer lo mismo nosotros hoy? Y considero que la respuesta es aún muy reveladora.

Lo que permitía a los antiguos habitantes ingleses estas concesiones económicas grupales por “ la fuerza” era algo muy sencillo: en su cultura estaba naturalizado que era incorrecto que el mercado estuviera por sobre las personas; en la actualidad, lo que esta naturalizado es lo contrario: actualmente para nuestras sociedades occidentales, particularmente la chilena, tan ataviada desde la implantación del cruel modelo económico que ya todos conocemos, nos dice que es natural que quien pueda pagar compre lo que necesite, y que quien no tenga para hacerlo, no lo compre, inclusive si eso incluye productos de primera necesidad.

Es por eso que, aunque se dice que en Chile no se pasa hambre, las familias más pobres, esas que viven en los basurales, y que tienen hijos casi a la par en el numero como los que tienen los conejos, muchas veces todo lo que pueden almorzar es “pan con té”, porque simplemente no alcanza para más, pero ni aquellos, ni a las clases medias que se escandalizan con esta situación, se les ocurriría hacer un motín en un supermercado para darles de comer a estos niños alimentos mas nutritivos u “obtener” leche a precios razonables, porque claro está, esto sería vandalismo, y recaerían sobre esta turba sediciosa no solo todos los rigores de la ley, sino que también, y de forma más audaz y potente, los reclamos “morales” de las buenas gentes chilenas, que considera estos actos vandálicos, y fuera de toda moral.

Bibliografia

Rudé, George. La Multitud en la Historia, estudio de los disturbios populares en Francia e Inglaterra 1730-1848. Siglo veintiuno Argentina Editores, S.A. 1971.

Thompson, E.P. Costumbres en Común. Capítulo 4. La Economía “Moral” de la Multitud en la Inglaterra del siglo XVIII. Editorial Crítica. Barcelona, 2000.








miércoles, 26 de septiembre de 2012

LOS CAMPESINOS CUENTAN CUENTOS: EL SIGNIFICADO DE MAMÁ OCA

Hay una serie muy entretenida en un canal de cable, que se encuentra basada en clásicos cuentos infantiles como Blancanieves, Caperucita Roja o Hansel y Gretel. Sin embargo, cada vez que la veía, no dejaba de llamarme la atención, y tal vez molestarme un poco, la forma en que desvirtuaban las historias originales de estos cuentos.

Después de leer el texto de Robert Darnton, me he dado cuenta de que en realidad aquellos cuentos, cuyas historias yo daba por sentadas de cierta forma, no corresponden más que a una asimilación, adopción y modificación de otras historias más antiguas que, según el país y la cultura en donde se han desarrollado, les han agregado o quitado elementos. Estas historias de hace ya varios siglos atrás, y que hoy conocemos como “cuentos infantiles”, no son más que el inicio del desarrollo escrito de historias mucho más antiguas (por parte de escritores como Charles Perrault o los hermanos Grimm), que se transmitían de forma oral, de padres a hijos, y cuyo significado no tenia necesariamente el mismo sentido que le atribuimos hoy. De esto trata el análisis que sigue a continuación.

Si bien hay varios puntos interesantes para desmenuzar, me parece adecuado partir con la explicación que hace el autor, acerca del por qué decide desarrollar un estudio sobre la forma de pensar durante el siglo XVIII, no desde el punto de vista de la elite ilustrada, sino que desde el de los campesinos. Darnton considera que este grupo social (a diferencia de lo que habitualmente suele creerse), cuenta con una forma de enfrentarse al mundo tan “inteligente” como la que pudiese presentar cualquier personaje educado de la época: “Actuando a ras de tierra la gente común aprende la astucia callejera, y puede ser tan inteligente, a su modo, como los filósofos” (Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa); y esta forma de enfrentarse al mundo le permite desenvolverse en él de forma exitosa. De ahí la importancia que atribuye el autor al papel que jugaron los cuentos orales durante ese periodo.

Al analizar el cuento de Caperucita Roja, Darnton nos demuestra un hecho sumamente relevante, y es la escasa prolijidad con que a veces se realizan las interpretaciones acerca de un hecho en particular. Es así como vemos que distintos psicoanalistas encontraban un montón de significaciones en dicho cuento, como en lo concerniente a la caperuza roja, la botella, o la advertencia para que la niña no se aleje del camino, tres elementos que no existían en sus versiones originales. Por lo tanto, es de suma importancia el nunca dar algo por sentado, ya que si los psicoanalistas hubiesen cuestionado desde un principio el origen del cuento en el cual basaban sus estudios, se hubieran dado cuenta del error cometido al intentar interpretar una historia que, en resumidas cuentas, se hallaba fuera de su contexto.

Otro punto interesante, y derivado del anterior, corresponde a las modificaciones que se han realizado a través del tiempo y del lugar geográfico a los diferentes cuentos, hoy considerados en su mayoría “infantiles”.

Si bien las estructuras de las historias no se modifican en los distintos países, los elementos que la articulan si varían de forma considerable. Esto es de suma importancia, ya que demuestra la relevancia que tiene el marco cultural donde se desarrollan las historias. Marvin Harris define la cultura como: “El conjunto aprendido de tradiciones y estilos de vida, socialmente adquiridos, de los miembros de una sociedad, incluyendo sus modos pautados y repetitivos de pensar, sentir y actuar” (Marvin Harris, Antropología cultural, pp.28). De acuerdo a esta definición, según la sociedad en que nos encontremos, los cuentos serán modificados para poder darles un “sentido”. En lo personal, la versión que presenta Darnton de Caperucita Roja me parece absolutamente violenta, pero porque mi cultura tiene reservado para esta “categoría” de cuentos infantiles ciertos límites, entregados por la sociedad occidental contemporánea.

Sin embargo, la versión a la que hacía referencia anteriormente, no estaba necesariamente hecha para los niños, sino que como aparece en el texto: “Reunión nocturna junto a la chimenea, donde los hombres reparaban sus herramientas y las mujeres hilaban mientras escuchaban los cuentos que registrarían los folcloristas 300 años después, mismos que tenían ya siglos de antigüedad” (Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa). En ese contexto (por lo demás bastante violento para las familias campesinas de la época), los cuentos iban dirigidos a toda la familia, no solo a los niños, y por lo tanto la interpretación que se hacía de ellos estaba en relación, sí, probablemente a divertirse, pero como el mismo autor sugiere, tenían también otras funciones: “En la mayoría de los cuentos, la realización de los deseos se convierte en programa de sobrevivencia, y no en fantasía para escapar de la realidad” (Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa).

Es de esta manera como el estudio de los cuentos clásicos, interpretados ahora en conocimiento de su génesis y perspectiva histórica, nos empiezan a mostrar una realidad compleja, en la cual se suscitan en forma habitual un conjunto de situaciones que eran características de la vida diaria de ese entonces, pero que para nuestro actual contexto, o forma de ver el mundo, nos parecen aberrantes.

Bajo este prisma podemos analizar por ejemplo el cuento de La Cenicienta: “La vida era una despiadada lucha contra la muerte por doquier, en los albores de la Francia moderna” (Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa). En este contexto, en que la muerte prematura era la regla y no la excepción (especialmente entre las mujeres), las madrastras no eran algo extraño. Por lo tanto el reflejo de las relaciones con éstas (y los posibles medios hermanos), era algo que tenía su repercusión social.

Tenemos también el caso de Pulgarcito o el de Hansel y Gretel. En ambos cuentos, lo padres se ven en la obligación de deshacerse de sus hijos debido a su inmensa pobreza, por lo que son habitualmente abandonados en los bosques para que mueran. Si bien actualmente esto nos parece una aberración, e incluso podría decirse que se trata de una violación a la integridad y “derechos del niño”, en aquella época la visión era distinta.

No me consta que los padres abandonaran a sus hijos en forma habitual cuando pasaban necesidades económicas, pero probablemente si se llegaba a concretar, la sanción social era más atenuada que si se hiciera en la actualidad, ya que la necesidad de sobrevivencia de la familia probablemente consiguiera naturalizar estos hechos, que a primera vista nos parecen tan deleznables: “Y las madres exponían a sus bebés que no podían alimentar para que enfermaran y murieran… Y a veces vendían a sus hijos al diablo” (Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa).

Ante esta situación también surge un punto bastante interesante, y es que nosotros en nuestra cultura tenemos ya internalizado los derechos del niño, como algo que es así en esencia, es decir, naturalizamos socialmente esta afirmación. Sin embargo, si analizamos con calma esta situación, veremos que los derechos del niño no corresponden a nada más que a un constructo social contemporáneo, que en la época en que se relataban estos cuentos no existía. Los niños no tenían una “infancia” como la que reconocemos hoy en día: “Nadie los consideraba criaturas inocentes, ni la infancia se consideraba una etapa distinta de la vida” (Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa), sino que ya en sus primeros años, cuando podían colaborar con las labores económicas del hogar, debían hacerlo por una necesidad también de sobrevivencia: “Lejos de condenar la explotación del trabajo de los niños, parecían indignarse cuando esto no ocurría” (Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa).

El tener acceso o no a la comida era también un tema de gran importancia para los campesinos en el antiguo régimen: “En una sociedad de facto vegetariana, el lujo de los lujos era hincarle el diente a un pedazo de carnero, de puerco o de res” (Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa). Así comprendemos que esta preocupación se vea reflejada habitualmente en muchos cuentos, como en “los deseos ridículos”, donde un leñador, pudiendo pedir cualquier deseo, solicita ni más ni menos que un “salchichón”; o en otra versión de la Cenicienta, en la cual la madrastra malvada sólo de da de comer un pan al día a su hijastra.

Un lugar común en la mayoría de los cuentos es el uso de la magia. Esto es interesante, ya que es a través de ésta como los protagonistas de estas historias logran zafarse de su pobreza y de todas las calamidades que de ella derivan. Es como si la magia en los cuentos fuera una analogía a la esperanza en la vida real, y esta esperanza representa una necesidad psicológica de los campesinos del antiguo régimen, que les permite evadir su agobiante realidad.

Dentro de todas las aristas, interesantes todas por lo demás, que se pueden desprender del texto de Darnton, hay una que me llama singularmente la atención, ya que me permite hacer un paralelo con nuestra realidad contemporánea.

Esta tiene que ver con la “crudeza” de ver el mundo que tienen los individuos de aquella época, pero no en un sentido de lamentarse por ello, sino que en el de buscar aquellas alternativas que les permitan sortearlas: “los cuentos ayudaban a los campesinos a orientarse. Mostraban el comportamiento del mundo y la locura de esperar algo que no fuera crueldad de un orden social cruel” (Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa). En este sentido, los campesinos del antiguo régimen eran mucho más lucidos y pragmáticos que nosotros actualmente, ya que mientras ellos veían en sus cuentos sistemas educativos de advertencias y tentativas de sobrevivencia, a nosotros nos han vendido la “pomada” del “final feliz”. Según este concepto, se les enseña a nuestros niños que si son buenos y se portan bien, cumplen con las reglas y las normas de la sociedad (y de las reglas morales religiosas), tendrán la mentada recompensa reconocida vox populi como “el final feliz”.

Esta forma de “representar” los cuentos mientras crecemos nos hace creer que vivimos en una especie de “mundo ideal”, algo que es totalmente ajeno a la realidad. Es así como de pequeños nos enseñan que debemos hacer “lo correcto” (para así obtener nuestra recompensa), y de esta forma los políticos y las oligarquías hacen lo que quieren con nosotros. Los campesinos del antiguo régimen, por otra parte, tenían una visión más clara de cómo funciona el mundo, y esto lo reflejaban a partir de sus cuentos: “Los cuentos no abogan por la inmoralidad, pero contradicen la idea de que la virtud será recompensada” (Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa). En éstos el héroe no era el “bueno”, sino que el “astuto”, independiente que esa condición pasase por encima de las normas establecidas: “Vive en un mundo rudo pero eficaz, en el que se tiene que engañar o se es engañado” (Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa). De la misma forma la ingenuidad, la estupidez o la simplicidad, tienen una connotación negativa, ya que representan lo contrario a la astucia, y por lo tanto son signo de debilidad y reducción de posibilidades de sobrevivencia en este mundo hostil.

Por último, debo decir que Darnton no considera que los cuentos de los campesinos tengan una intención revolucionaria, es decir, no pretenden a través de éstos lograr cambios sociales significativos: “El héroe se siente satisfecho con causar humillación; no sueña con la revolución” (Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa).

Sin embargo, representan para los campesinos una forma de “entender” el mundo, y a la vez, una forma de enfrentarlo, pero, lo que es más significativo, y según como aparece en el texto analizado para el presente ensayo: “Los narradores campesinos de cuentos no sólo los consideraban divertidos, aterrorizadores o funcionales. Creían que eran convenientes para pensar” (Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa).


Bibliografia

Darnton, Robert. La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa. Fondo de cultura Económica, México, 1987.

Harris, Marvin. Antropologia Cultural. Alianza editorial. Tercera edición, 2011.