Sin duda
que la epistemología también reflexiona en torno al conocimiento científico,
pero el conocimiento no se reduce a la ciencia -como veremos más adelante- y
eso es precisamente lo que hace que la epistemología sea tan apasionante.
Es así
como aparecen diferentes preguntas epistemológicas:
¿Qué es
conocer?
¿Hasta
dónde podemos conocer?
¿Con que
fin conocemos?
¿Quiénes
figuran o actúan en el conocimiento?
¿Bajo qué
condiciones es posible el conocimiento?
¿Bajo qué
condiciones se valida el conocimiento?
Pero
vamos por parte, primero, creo que es necesario definir algunos conceptos:
· Doxa:
era para los griegos el saber que nace del sentido común, el saber vulgar; es
una opinión, es un saber inmediato o irreflexivo.
· Episteme:
es una forma de saber que se distingue y que pretende superar a la Doxa, es
decir, es un saber que pretende o ha superado a la opinión o al saber vulgar.
· Inferencias:
corresponden a un conjunto de premisas que nos permiten concluir un tipo de
argumento.
· Inferencias
deductivas: ocurren en las ciencias formales, y poseen siempre un carácter de
“necesario” y, por lo tanto, universal. Ejemplo: Si Pedro es hombre, es
necesario que Pedro sea mortal.
· Inferencias
inductivas: ocurren en las ciencias fácticas o empíricas, y poseen un carácter
variable o posible.
· A
priori: es una forma de conocimiento que es independiente de la experiencia.
· A
posteriori: es una forma de conocimiento que se funda en la experiencia, que
requiere la experiencia.
· Ontología:
es una parte de la metafísica que estudia lo que hay, es decir, cuales
entidades existen y cuáles no; además, la ontología estudia la manera en que se
relacionan las entidades que existen.
Si
ponemos atención en la forma en que hemos conocido y seguimos conociendo,
podremos observar que estará muy determinada por el contexto geográfico e
histórico del cual formamos parte. Es así como en Occidente, durante la “época
medieval”, reina una visión del universo absolutamente teocéntrica, donde todo
gira en torno a “Dios”; la razón es subordinada a la fe, que es manejada a su
vez por la jerarquía de la Iglesia.
Durante
la modernidad, el foco teocéntrico es reemplazado por el “racionalismo”, representado
fundamentalmente por René Descartes, para quien la razón es la fuente del
conocimiento y donde incluso los sentidos nos pueden engañar. Por lo tanto, el
postula que nacemos con ideas innatas, defendiendo las ciencias exactas (las
matemáticas y la geometría), y utiliza como principal forma de conseguir el
verdadero conocimiento el método deductivo.
En
contraposición encontramos a David Hume, quien defiende el “empirismo”, y para
quien la forma de llegar al conocimiento es a través de la inducción.
Es así
como posteriormente aparece el “empirismo lógico”, representado por el “Circulo
de Viena”, y que posteriormente encontrará su respuesta y contrapeso en la
“Escuela de Frankfurt”, que defenderá la “Teoría crítica”.
Si
avanzamos en el tiempo, nos deslumbrarán con sus teorías los llamados
“filósofos historicistas”, como Thomas Kuhn y Paul Feyerabend, quienes
ampliarán considerablemente el espectro de matices –reconocidos hasta ese
momento- en las formas del conocimiento.
Sin duda
que diferentes personas -y diferentes escuelas de pensamiento- adhieren en
mayor o menor grado a los postulados de estos teóricos. Me gustaría hacer una
referencia a los que, en lo personal, considero son los más notables: David
Hume, Thomas Kuhn y Paul Feyerabend.
David Hume
Desde mi
punto de vista, lo más destacable de Hume es su capacidad para reconocer de
forma categórica el llamado “problema de la inducción”. Es decir, reconocer las
falencias que ésta tiene como forma de conocimiento pero, al mismo tiempo,
aseverar que desde aquella imperfección, la inducción es una forma de
conocimiento necesaria para las personas.
Para
Hume “A y B” no es lo mismo que “A entonces B”.
Para él
el problema de la “causa y efecto” es significativo, ya que como sociedad
asumimos que una causa A producirá necesariamente un efecto B, es decir, “A
entonces B”. Sin embargo, Hume rebatirá esta aseveración, y corregirá que
en realidad lo que la experiencia nos demuestra es que un evento A no
necesariamente culminará en un evento B, es decir, “A y b”.
Lo
podemos ejemplificar con la anécdota que contaba mi profesora de epistemología,
la historia del pavo inductivista: “Erase una vez un pavo -que era muy
observador- y notó que el granjero (sin fallar ningún día) le alimentaba
alrededor de las nueve de la mañana. Así fue cada día durante años, desde que
el tenía memoria. Entonces, el pavo –muy inteligente como era- hizo una
inferencia inductiva, y se dijo: ya que empíricamente he podido corroborar que
el granjero me ha alimentado todos los días de mi vida, alrededor de las nueve
de la mañana, puedo asumir que en el futuro el granjero vendrá todos los días a
las nueve de la mañana y me alimentará. Tuvo toda la razón, y así continuó
pasando el tiempo. Sin embargo el día Navidad, alrededor de las nueve de la
mañana, el granjero tomó del cuello al pavo inductivista y lo decapitó. Esa
noche fue servido en la cena familiar”.
Esta
interesante historia nos demuestra que, finalmente, la inducción tiene un gran
problema, y es que no necesariamente la repetición de un evento una gran
cantidad de veces, significa necesariamente que este evento se repetirá
indefinidamente. Por lo tanto, podemos asumir que la inducción no nos revela la
“realidad” de una situación, sino que simplemente nos da una probabilidad de que
esta situación se produzca.
Este es
el problema de la inducción, y que Hume -a pesar de defender el empirismo-
reconoció que existía. Es más -ante el pavor y horror de la sociedad de su
época- manifestó que esta forma de pensar no era racional, sino que se limitaba
más bien a un “acto de fe”, demostrando de esta manera que la psicología humana
se aferra a todo aquello que considere necesario para poder tener algún grado
de seguridad.
Sin
embargo, Hume reconoce que a pesar de ser una forma de conocimiento imperfecta,
es una forma de conocimiento “necesaria” para las personas, ya que de esta
forma podemos al menos tomar decisiones.
Thomas Kuhn
Si bien
Kuhn es un autor digno de analizar en forma detallada, me concentrare en tres
conceptos que él propone -que considero de una total relevancia y originalidad-
y que además están relacionados entre sí: los compromisos previos con los que
trabaja la comunidad científica, el concepto de paradigma y el de
inconmensurabilidad.
Kuhn
establece que la comunidad científica trabaja a partir de compromisos previos:
ontológicos, pragmáticos y epistemológicos.
Los “compromisos
previos ontológicos” determinan las entidades previas, lo que
previamente se acordó que existe.
Los “compromisos
previos pragmáticos” establecen el para qué de la investigación, es
decir, la utilidad que tiene la investigación.
Los “compromisos
previos epistemológicos” enmarcan el ámbito normativo, las reglas, es
decir, el método con que se llevará a cabo la investigación.
Es debido
a estos compromisos previos que ya se puede concluir que la ciencia no cuenta
en realidad con una “racionalidad interna”, ya que el conocimiento científico
al depender de acuerdos previos necesita de “consensos”, por lo tanto la
racionalidad de la ciencia sería eminentemente “externa”.
Kuhn
además nos presenta el concepto de “Paradigma”. Para él un
paradigma corresponde a una visión de mundo, a un grupo de supuestos
compartidos por una comunidad científica; a una matriz disciplinaria, que
determinará las teorías que dirigirán el curso de la investigación; y que posee
además un lenguaje que le es propio, lo que permite a dicha comunidad tener
claridad sobre ciertos conceptos. Un paradigma corresponde a todos los acuerdos
posibles de una comunidad científica, por lo tanto, esta se reconoce a partir
de su paradigma específico. Es más, no existe paradigma sin comunidad
científica que lo defienda.
Es así
como aparece el tercer gran concepto de Kuhn: la inconmensurabilidad. “La tesis
de la inconmensurabilidad” manifiesta que no existe comunicación entre dos o
más paradigmas, es decir, no son traducibles, comparables ni evaluables entre
sí (por lo tanto ningún paradigma es mejor que otro), ya que como se expuso
anteriormente la ciencia no cuenta con una “racionalidad interna”; el paradigma
que triunfe sobre otro u otros no será porque sea mejor que aquellos, sino
simplemente por su capacidad de persuasión.
Lo más
interesante de estos tres conceptos planteados por Thomas Kuhn es que se pueden
extraer perfectamente de la discusión de la ciencia y aplicar en casi todos los
aspectos sociales de la vida. De hecho, estos tres conceptos se relacionan de
forma notable con el concepto de cultura del antropólogo Marvin Harris, quien
plantea que “cultura corresponde a la forma de pensar, sentir y actuar de una
sociedad”. Por lo tanto pudiéramos decir que cada sociedad cuenta con sus
propios compromisos previos (ontológicos, pragmáticos y epistemológicos), lo
que permite que tengan sus propios paradigmas y que además, cuando queramos compararlas
con otras sociedades, no podamos decir que sociedad es mejor que otra, ya que
serían inconmensurables entre sí.
Paul Feyerabend
De este
autor me parece importante hacer notar como abre el espectro de las
posibilidades en cuanto al conocimiento, asegurando que no necesitamos solo de
“un método” (particularmente se refiere a la ciencia) para su acceso.
Plantea
que a partir de diversas manifestaciones humanas -entre más paradigmas
coexistan- tendremos mayores posibilidades de acercarnos más a la realidad.
Él no
cree que la ciencia sea el único camino para acceder al conocimiento, sino que
asegura que se puede acceder a él a partir, por ejemplo, de la magia o de la
religión. Incluso propone un “proceder contrainductivo”, en el cual se rompan
todas las reglas y los esquemas preestablecidos para acceder a la
realidad.
Esto es
lo que propone con su “anarquismo epistemológico” o “pluralismo
epistemológico”, en donde todas las teorías serán igualmente validas; y en
donde la inconmensurabilidad de Kuhn adquirirá con Feyerabend la connotación de
“equivalencia” (entre distintos paradigmas).